Si el terreno era llano, la sombra de su pulgar caía sobre su víctima
sin escapatoria alguna.
Pero si el terreno era arenoso o piedroso, su táctica era enterrarlas
vivas y sorprenderse como la primera vez, al ver que resurgían entre
los minúsculos poros que quedaban libres para escapar.
Volvía a reponer las pieRdas y les formigues volvían a reaparecer entre ellas.
Así podía estar hasta el infinito y más allá.
Más tarde, cuando las veía en el comedor de casa, corria a por la
escoba para barrerlas, como había visto hacerlo a mi maRde.-Holaaa formigaaaaaa!!!
Seguimos el camino que forman hasta que desaparecen en una grieta.
-Ohhh, es la casa de les formigues!!-dice.No se pisan, no se Pulgarizan y siempre se saluda.
Esa es su actual ley.
Algún día le contaré que los niños de mi clase se las comían...