miércoles, 14 de octubre de 2009

JUSTICY BLAISE

Una calurosa medianoche de agosto, en un barrio cualquiera, nació Justicy, la niña con superpoderes. Ya en la escuela le llamaban "la elástica", se estiraba como BoomBoomBoomBoom Boom Boommer!! Todas las niñas querían que ella estuviera en su equipo en las gomas ya que nunca era suficiente la altura para demostrar su super-saltilástico. En el patio, los niños se peleaban por jugar con ella a baloncesto ya que con sólo estirar su brazo, alcanzaba la canasta tanto para encestar como para taponar al contrincante. Además, le buscaban cada dos por tres para rescatar los balones de fútbol que quedaban atrapados entre las ramas de los árboles que había detrás de las porterías.
Con los años fue perdiendo elasticidad y su capacidad quedó reducida a la de cualquier humanoide.
Algo extraño comenzó a quitarle el sueño. Cuando alguien le decía: mira mira!! Justo en el preciso instante que ella se giraba a mirar, repentinamente, en todo ese escenario, un niño se caía. Era una vez detrás de otra y Justicy estaba preocupadísisima ya que no soportaba presenciar el dolor y menos el que causaban las caídas acompañadas de llantos descontrolados y estirones de brazo de mamas histéricas queriéndolos levantar a la fuerza.
Podrían llegar a caerse hasta 10 niños el mismo día y esa situación tenía que acabarse porque Justicy temía que con la edad el problema se agravase.
Por suerte, un día dejaron de caerse los niños que ella miraba...a cambio, se encendían las farolas apagadas a su paso. Esas farolas que parpadean, que luchan por seguir alumbrando el paso del ciudadano nocturno, o que desisten y que prefieren quedarse esperando la llegada del día...
Comenzó siendo siempre la misma farola, bajo su casa: -Gracias- después de una reverencia decía ella al pasar. Llegaron a tener cierta complicidad. Pero acabó controlando todas las farolas de la ciudad. El ayuntamiento, como ahorró mucho dinero en bombillas nuevas y mantenimiento, le agradeció su colaboración concediéndole el privilegio de tener luz gratis en su casa.
Un día, al salir de la escuela, descubrió que podía hablar con los animales. Un perro atado en la puerta de un bar, un comentario despectivo y un llanto canino: Qué perro más feo!!
De saberlo, jamás hubiese dicho tal comentario que pudiera herir los sentimientos de aquel desaliñado cuadrúpedo, ya que desde entonces se le negó el poder de comunicación animal, por haberlo desaprovechado de tan estúpida y cruel manera. Cómo le hubiese gustado despedirse de su canario en sus últimas horas de agonía!!
Ya, en la adolescencia, después de asimilar que había perdido cualquier poder adquirido anteriormente, pensó en desarrollar con esfuerzo y trabajo, un poder basado en el "rebota rebota y en tu culo explota" o más conocido por los científicos expertos como la "justícia còsmica". Si se concentraba con todas sus fuerzas, conseguiría que se cumpliesen sus deseos siempre y cuando éstos no fueran en beneficio propio sino por el bien universal. Es la primera norma de todo superhéroe. Al comienzo, lo único que conseguía era un gran dolor de cabeza cada vez que lo intentaba. Pero poco a poco logró dominar la técnica. Cuando veía, por ejemplo, a una persona por la calle escupir sin escrúpulos en la acera, ella apretaba fuertemente cada músculo de su cara y observaba cómo el escupitajo rebotaba en el suelo y volvía directamente al lugar de procedencia, es decir, a la boca. El incívico se retorcía y vomitaba a diestro y siniestro, provocando que fuese peor el remedio que la enfermedad, pero que finalmente conseguiría que esa persona no volviese a escupir en el suelo el resto de su vida.
Otro caso era el del típico jovenzuelo motorizado que desvelaba la paz del ciudadano. En la cama, mientras los niñatos dormían, un gigantesco moscardón se introducía por el orificio de sus orejas y campaba a sus anchas por las diferentes áreas de la cavidad craneal ya que podía atravesar fantasmalmente, todo tipo de tejido. El ruido era tan insoportable como el de sus motos pero elevado a la séptima potencia. No conseguían dormir de ninguna de las maneras. Optaban por ponerse tapones en los oídos pero los moscardones no tenían manías a la hora de encontrar la puerta de entrada. En una semana, la venta de bicicletas aumentó exitosamente a la par que las visitas a talleres para reparar diversos tubos de escape.
Pero las arrugas en la cara de Justicy empezaron a ser demasiado pronunciadas para la edad que tenía. Decidió abandonar la práctica del deseo. Creyó conveniente un largo descanso. Con el paso del tiempo y desprovista de cualquier don, empezó a ser cada vez más débil y más cobarde. Cualquier situación suponía una montaña para ella, hasta tal punto que no era el problema más grande si no que ella estaba siendo cada vez más pequeña. De no usar la voz para afrontarlos sus cuerdas vocales también se debilitaron. La única manera de hablar era con sus dedos y la gente le escuchaba con sus ojos. Harta de no valerse para defenderse, arrastrada por un gran odio, quiso aprovechar las nuevas tecnologías para ingeniar un nuevo superpoder. Consistía en enviar un correo electrónico cargado de palabras mágicas que lograse detener la generación de dolor a los seres más queridos después de finalizar su lectura.
Pobre Justicy!!, era del tamaño de un guisante y tardó meses en escalar por los cajones del escritorio hasta llegar al teclado. Una vez arriba, con un gran esfuerzo, saltito a saltito, escribió el mensaje mágico. Una vez terminado el trabajo agregó "todos los contactos" como destinatarios. No sin dudar, se dirigió al ratón, apoyó sus manitas y lo arrastró hasta el icono de “enviar”: un inesperado gritito involuntario salió de su boca- el último saltito- y saltó sobre el botón izquierdo del mouse. Lo hizo.
Pero Justicy no tuvo en cuenta un detalle, quebró la primera norma de superhéroe: no utilizar los poderes en beneficio propio. A causa de ello, los efectos secundarios que provocaron esos mensajes fueron devastadores, incluido para sus seres más queridos. Una explosión de dolor bombeado por el corazón recorría cada vena de sus cuerpos y les hacía estremecerse con cada latido. No existía antídoto, la intensidad desaparecería poco a poco, pero el dolor ya estaba teñido de sangre.
Justicy se había olvidado de lo más importante: administrarse la primera dosis.

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