lunes, 22 de febrero de 2010

COJA A LAS FINAS MIERDAS

Todo empezó después de un apacible paseo durante un fantástico y soleado día Cambridchense. A quién voy a engañar, marditos adoquines!, alguien ha visto alguna vez el sol en Londres o alrededores?
Digamos que empecé el año con mal pie....
Desde entonces me he convertido en crítica profesional, de esos que tienen su columna semanal en el periódico, pero no de restaurantes sino del sector de la medicina. Voy a médico por semana y cada uno me sorprende con un suculento diagnóstico acompañado por caviar del océano ibuprofénico o del mar paracetamóleo y de postre podemos elegir entre un escaso resultado o una mala leche del copón. Antes de abandonar el lugar hacen entrega de la correspondiente cuenta recetada con un descuento. En 2 de 5 visitas fueron tan amables de hacerme una fotografía de recuerdo. Y sólo en una de ellas me ofrecieron la posibilidad de beneficiarme de los servicios que ofrecían a los clientes, tal como hielo, ultrasonidos, láser, acupuntura, corrientes y ejercicios para tonificar (cuando salí de allí, bauticé a mi pie como Franky, de Frankenstein). Fue aquí dónde me recomendaron que siguiera trabajando la zona y para ello era necesario una pelota para perros:
-Y para qué perro es?- me preguntaba la dependienta.
-Para mí.
Su cara aumentaba en asombro cuando yo le decía:
-No, la quiero más grande, con pinchos y más dura.
Menuda perraca! Pensaría, hasta que al pagarle los 1, 64 euros que valía, le expliqué que era para Franky.
El único inconveniente del juguetito de Franky es que si se le aprieta demasiado se le escapa un meki-meki, de esos de patito de goma. Y ya más ridícula no me puedo sentir.

Otro fenómeno que se repite con frecuencia es el cruce con personas en mi mismo estado, pero con el doble y triple de edad. Pasé miedo, mucho miedo. Tenía la sensación que en cualquier momento me iban a pegar un muletazo o bastonazo dado que parecía que me estaba burlando de ellas por mi edad y porque yo no disponía de tal apoyo.
Por suerte, en mi penúltima visita, logré que me hicieran entrega de una muleta de reconocimiento por el esfuerzo y dedicación hacia el cojerismo.
Todo este tiempo, veo pasar a la gente en quinta y sexta marcha y me doy cuenta que yo también era un Ferrari que no paraba atención a los más lentos. He descubierto los ascensores, bueno mejor dicho montacargas, de los metros. Y cada mañana, en el mismo pasillo hacia el ascensor, me encuentro a la misma presidiaria, con la misma mopa que me está esperando.
-Amoníaco demoníaco llamando a Kh7 cambio. Ya viene cambio.
-Kh7 recibido. Cambio y corto.
Acciona el botón del palo y ZZAAASSSS, mopa de 5 metros. Coge carrerilla y viene hacia mí. Voy a la derecha. Viene a la derecha. Voy a la izquierda. Viene hacia la izquierda. La base ya no es una mopa, es una motosierra y me va a cortar los pies, está loca, quiere cargarse a Franky! Como un torero consigo esquivarla de lado, de puntillas y de espaldas contra la pared. No le doy la estocada por detrás. Si no mañana ya no tendría emoción.

En el autobús también sufro las consecuencias. Pica el billete con los dientes y consigue sentarte en plena persecución. Cuando logro dar el culetazo contra el asiento, puedo observar la sonrisa en la mirada del conductor a través del retrovisor interior. Cómo disfruta, cagoentóloquesemenea!. Y como no, cuando llego a mi parada lo de siempre, farola justo en la puerta, y no veáis lo complicado que es hacer el koala con muleta.

Cómo conclusión? A largo plazo existe. Cuando esté curada dejaré de ser ferrari, quiero ser tortuga, a ver si así pasa más lentamente el tiempo. Y que tendré una pelota fucsia con pinchos que hace meki-meki....no pongáis esa cara, lo decía por...por si algún día tengo un perro.

1 comentario:

Kim Attacks dijo...

Veo que compartimos simpatía por los médicos de la Seguridad Social, que de seguridad tiene poco y de social menos...