Voy cantando loquilla y troglodita “Yo con mi bicinGleta soy feliz” mientras pedaleo. Me cruzo con Alberto San Juan y digo un micro “eh” sin frenar, girando cabeza y dibujando un círculo para dar media vuelta. Alegremente se pone a cantar con su melena al viento. No se estaba grabando ninguna escena, era algo bastante natural. Yo le sigo. Dos pasos más y se para a saludar con un abrazo a un amigo, a orillas de una preciosa calita de aguas cristalinas. Dicho amigo en cuestión era Nacho Vegas. Bajo de la bici, los miro mientras me quito la bamba e introduzco la punta del pie en el agua para comprobar la temperatura. Está deliciosamente perfecta. Acabo de inspeccionar la zona de rocas sumergidas al mismo tiempo que lanzo mi ropa en la arena. Me coloco unas gafas gigantes de buzo que no me convencen porque hay un gran hueco en ambos lados de mis ojos. Como si me hubiese colocado un tupper redondo directamente. Entonces, aparece de la nada mi asesora acuática, “Miremiamigadetodalavida”. Me dice que no le he quitado el acople. Se convirtieron en unas gafas iguales pero más pequeñas. Así que seguía teniendo un tupper pero más pequeño. Decidí colocar mis manos en forma de prismáticos invisibles para acoplarlas a las gafas tapando los posibles huecos. Y por fin me lancé. Una vez sumergida, ví a la Mire de frente, me miró, y al instante invadimos el agua de enormes burbujas y no pudimos hacer otra cosa que sacar la cabeza del agua para continuar riendo en el exterior. Inmediatamente aparezco en un paisaje diferente, un alud de nieve está apunto de arrollarme. Con suerte consigo esquivarlo. A continuación blancas bolas gigantes vuelven a atacar. Y vuelvo a arrojarme hacia la derecha. Todo esto en un espacio bastante reducido, era como si fuese una pista de bolos gigante. Cuando acaban de pasar, unas rocas hacen el mismo recorrido y vuelvo a salvarme por los pelos después de fintar varias veces y de resguardarme en el lado derecho de la pantalla, subida en mi murito. Digo pantalla porque si lo sobrepasaba, caía por un precipicio. Volvía al centro y de nuevo otro ataque. Cada vez el tamaño de los atacantes eran más pequeños, es decir, que pasamos de alud, bolas, rocas y otros que no recuerdo...a “pierdecitas” directamente volando. Éstas no las podía esquivar porque venían volando y en grandes cantidades. Me sentía como una novia a la salida de la iglesia, con la diferencia de que los proyectiles no eran granos de arroz. Así que me imaginé un armario y de dentro saqué un casco de la obra.
No ha sido nada traumático, al contrario, era un juego bien divertido, Humor Amarillo, vamos.
Y así, de mar a montaña tiro por que me toca.
lunes, 23 de noviembre de 2009
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