Racholas, grandes y pequeñas, asfalto, tierra, limpios, sucios, con grietas, agujeros, escupidos, arañados, recolillados, encharcados...
Mis pies avanzan y los sigo con la mirada ausente que se niega a dejar de mirar el suelo.
No siempre consigo esquivar a la gente que viene de frente y los escucho alejarse maldiciéndome después de haberme golpeado. Pero ese golpe no es dolor para mí.
Perdonadme si nos cruzamos y no os saludo. Seguramente no os habré visto y no he sabido reconocer vuestros pies.
No me importa perderme lo que hay más allá de mis bambas, en las alturas. No me importa.
Sólo así me aseguraré de no tropezar.
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