Ya no percibo ese aroma hospitalario. Mis manos sólo huelen a mi abuela. A sus cremas, a sus gasas, a ella. Los pasillos siempre ocupados. No faltan carros de curas, de limpieza, de aseo, de comida. Y gente, gente esperando, gente gritando o susurrando por el móvil. Puertas abiertas con tristes miradas y puertas cerradas que necesitan paz.
La puerta de emergencia cumple con su función: no quiero que nadie me vea llorar. La ventana de la habitación con vistas al Cabo de Gata, también es una vía de escape. Cuántos bellos amaneceres y atardeceres repletos de vivos colores que contrastan con la escasa luz y poca esperanza que alberga en estas cuatro paredes.
Un viaje en ascensor hacia la primera planta (paritorio) para intentar entender el ciclo.
Dicen que después de la tormenta llega la calma. Pero tanta calma.....es inquietante. Y te sorprende otra tormenta aún peor. Y muchos paraguas juntos no son suficientes para ganar la batalla...
No más paseos por la rambla, no más abrazos en el banco, no más risas en la comida, no más besos de buenas noches......no más sábanas verdes, no más “hasta mañanas” inciertos, no más tubos, no más gasas, no más oxígeno, no más palpitar...
Gracias por aparecer en mis sueños....es lo más parecido a volver a estar contigo.
Dedicado a mi princesa, una de las mujeres más fuertes del mundo.
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